A veces Juana se miraba
al espejo, como por casualidad,
descubría y lamía
con dulzura, sus heridas,
que supuraban tan denso
como el dulce de manzana,
desprendiendo un olor ácido
y penetrante, que se pegaba
a la piel irremediablemente.
Juana vomitaba su dolor
caliente y rectilíneo.
Poco a poco dominaba su ira,
apretando los puños
en el azogue de ése espejo,
que hasta el día siguiente,
no le devolvería la imagen;
de nuevo contrahecha.
María Otal