Soneto II

Tú libaste el néctar de mi boca lentamente
como roba la luna la paz de tu ventana,
me pintaste en la cara el asombro del demente
que huye, del influjo, de una historia lejana.

Despojaste de mí la vestimenta otra noche,
de nuevo, el ángel del perdón, volvió de lejos,
esperé agazapada la excusa de azabache
que pusieran en tu boca al mirarme, tus ojos.

Voló la fantasía y se estrelló inmisericorde…
no relincha en el monte la tarde adormecida,
casi yerta, se retuerce y apenas es acorde,

un indicio fugaz de que no está perdida.
Así tan despacito se va esperando todo
cuando ya no hay manera de hacerlo de otro modo.


María Otal
07-09-06